jueves, 18 de junio de 2009

Fusa

Soñó con que podría ir dónde quisiera, cuándo quisiera y con él a su lado. Y lo hizo.
Morena o rubia, de bolsillo y figura delgada, Fusa soñaba siempre con todo aquello que podía hacer si le viniera en gana.
Y un día lo hizo.
Le vino en gana atarse a alguien, porque sí, porque no tenía a quién darle explicaciones y ella quería hacerlo. Y se ató diez años, o más, y vivió ese tiempo feliz de dar todas las explicaciones que ella quiso dar. Pero se cansó de que la atadura sólo fuera de palabra, y él se cansó de las explicaciones y un día se dejaron y sufrió.
Así que Fusa volvió a hacer lo que se le venía en gana.
Le vino en gana irse a la Costa del Agua Caliente a renovar el amor perdido durante diez años (o quizás más, ella había perdido la cuenta). Y lo renovó, volvió a sentir la pasión de los comienzos , el desenfrenado sentir de otras caderas y el dolor de la separación... Nada es eterno. Fusa sufrió.
Pero ella no se rindió, y siguió haciéndo lo que se le venía en gana.
Le vino en gana volar a mundos tropicales. Voló al lugar más tropical de todos y encontró alguien allí. Se entregó de nuevo y de nuevo sufrió.
Y allí se dió cuenta de algo que nunca se había atrevido pensar: no necesitaba a nadie a quién dar explicaciones, ni a nadie para renovar lo vivido. Sólo se necesitaba a ella misma, porque ella era fuerte y podía con todo lo que se le pusiera por delante.
Y volvió, para hacer lo que se le viniera en gana, pero esta vez sólo consigo misma.
Y nunca más volvió a sufrir.

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